Apertura de la “Puerta Santa de la Caridad” Y Santa Misa Homìlia del Santo Padre Francisco
JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA
APERTURA DE LA “PUERTA SANTA DE LA CARIDAD” Y SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Albergue de la Cáritas de Vía Marsala, Roma
Viernes 18 de diciembre de 2015
Dios viene a salvarnos y no encuentra mejor manera para hacerlo que caminar con nosotros, hacer nuestra vida. Y en el momento de elegir el modo, cómo hacer su vida, no elige una gran ciudad de un gran imperio, no elige a una princesa, una condesa como madre, a una persona importante, no elige un palacio de lujo. Parece que todo se haya hecho intencionalmente casi a escondidas. María era una joven de 16 ó 17 años, no más, en un poblado perdido de las periferias del imperio romano. Y nadie, seguramente, conocía ese pueblo. José era un joven que la amaba y quería casarse con ella, era un carpintero que se ganaba el pan de cada día. Todo en la sencillez, todo en lo escondido. Y también el rechazo... porque eran novios y en un poblado así pequeño, sabéis cómo son las habladurías, cómo se difunden. Y José se da cuenta de que ella está embarazada, pero él era justo. Todo en lo secreto, a pesar de las calumnias y las habladurías. El ángel explica a José el misterio: «Ese hijo que espera tu novia es obra de Dios, es obra del Espíritu Santo». «Cuando José se despertó del sueño hizo lo que el ángel del Señor le había dicho», y dirigiéndose a ella la tomó como esposa (cf. Mt 1, 18-25). Pero todo en lo oculto, de forma humilde. Las grandes ciudades del mundo no sabían nada. Y así está Dios entre nosotros. Si quieres encontrar a Dios, búscalo en la humildad, búscalo en la pobreza, búscalo donde Él está escondido: en los necesitados, en los enfermos, en los hambrientos, en los encarcelados.
Y Jesús, cuando nos predica la vida, nos dice cómo será nuestro juicio. No dirá: ven conmigo porque has dado muchos donativos a la Iglesia, tú eres un bienhechor de la Iglesia, ven, ven al cielo. No. La entrada al cielo no se paga con dinero. No dirá: tú eres muy importante, has estudiado mucho y has tenido muchas condecoraciones, ven al cielo... No. Los honores no abren la puerta del cielo. ¿Que nos dirá Jesús para abrirnos las puertas del cielo?. «Estaba hambriento y me diste de comer; no tenía un techo y me has dado una casa; estaba enfermo y has venido a visitarme; estaba en la cárcel y has venido a verme» (cf. Mt 25, 35-36). Jesús está en la humildad.
El amor de Jesús es grande. Por esto hoy, al abrir esta Puerta santa, yo quisiera que el Espíritu Santo abriera el corazón de todos los romanos y les hiciera entender cuál es el camino de la salvación. No es el lujo, no es el camino de las grandes riquezas, no es el camino del poder, es el camino de la humildad. Los más pobres, los enfermos, los presos —Jesús dice más—, los más pecadores, si se arrepienten, nos precederán en el cielo. Ellos tienen la llave. El que hace un gesto de caridad es aquel que se deja abrazar de la misericordia del Señor.
Nosotros hoy abrimos esta Puerta y pedimos dos cosas. Primero, que el Señor abra la puerta de nuestro corazón, a todos. Todos lo necesitamos, todos somos pecadores, todos tenemos necesidad de escuchar la palabra del Señor y de que la Palabra del Señor venga. Segundo, que el Señor nos haga entender que el camino de la presunción, de las riquezas, de la vanidad, del orgullo, no son caminos de salvación. Que el Señor nos haga entender que su caricia de Padre, su misericordia, su perdón, se expresa cuando nosotros nos acercamos a los que sufren, a los descartados de la sociedad: allí está Jesús. Esta Puerta, que es la Puerta de la caridad, la puerta donde son asistidos muchos, muchos descartados, nos haga entender que sería hermoso que también cada uno de nosotros, cada uno de los romanos, de todos los romanos, se sintiera descartado y sintiera la necesidad de la ayuda de Dios. Hoy nosotros rogamos por Roma, por todos los habitantes de Roma, por todos, empezando por mí, para que el Señor nos dé la gracia de sentirnos descartados, porque no tenemos ningún mérito. Solamente Él nos da la misericordia y la gracia. Y para acercarnos a esa gracia tenemos que acercarnos a los descartados, a los pobres, a los que tienen más necesidad. Porque seremos juzgados por esta cercanía. Que el Señor hoy, abriendo esta puerta, done esta gracia a toda Roma, a cada habitante de Roma, para poder seguir adelante en ese abrazo de la misericordia, donde el padre abraza al hijo herido, pero el herido es el padre: Dios está herido de amor, y por esto es capaz de salvarnos a todos. Que el Señor nos done esta gracia